lunes, 17 de noviembre de 2014

"El sueño de un reo de muerte" Armando Palacio Valdés

Una mañana al salir de casa vi a un anciano vestido de negro con un cajón verde en las manos recogiendo monedas a todo el que quería donarlas, y a su lado un hombre con una campanita. Lo adiviné todo.Corrí de ahí, pero fue un acto inútil, ya que por toda la ciudad se repetía la escena, y los pregoneros de periódicos gritaban: «La Salve que cantan los presos al reo que está en capilla».Se que en nuestro país existe la pena de muerte, y siempre he pensado que es algo que permanece a la historia. Conozco algo de la ejecución ya que algunos viejos me han contado con interés. Una madrugada de otoño partí a Madrid, mi padre me acompañó, y  al atravesar un campo situado a la salida de la población, me dijo mi padre: «Este es el sitio donde se ajusticiaba a los reos de muerte». Sentí un temblor igual al que corrió por mi cuerpo cuando vi al hombre del cajón verde. Ya en Madrid decidí comprar todos los periódicos que dijesen algo del reo, pero no me atreví a pasar por delante de la ventana de su celda. Al dormirme soñé con verdugos y presos. Mis sueños fueron bastante curiosos, y aunque me cueste trabajo, voy a pasarlos al papel. Soñé que me culpaban de un crimen y que yo huía y me escondía en los lavaderos del Manzanares, pero allí me encontraron varios ministros, quienes me llevaron a la cárcel atado. La cárcel era grande y fría.
Ya estaba en mi celda cuando aparecieron dos jueces con los que jugaba al billar en el bar y aparentaron no conocerme. Me obligaron a confesar crímenes que no había cometido. Un juez le hizo un gesto que entendí como sentencia de muerte al otro. A las dos horas entró en mi celda el escribano para comunicarme que me condenaban a morir en un garrote vil, y yo decidiría cuando, ya que era muy joven para morir de tan atroz manera. A lo que yo respondí que quería ser ejecutado a la mañana siguiente. Hay que reconocer que tengo un sueño muy digno. Comí y dormí tranquilamente, y pasé algunos ratos departiendo con los redactores de La Correspondencia. De vez en cuando procuraba verter alguna frase bonita para que éstos la reprodujesen en su diario y las gentes se admirasen de mi valor. Por fin llegó la hora de caminar al sitio de la ejecución, era capaz de soportar y mirar a la muerte cara a cara pero no podía soportar a una muchedumbre mirándome. Pero para mi asombro, el de cura y carceleros, no había nadie.  Mi carruaje iba lento, vimos una madre con sus hijos y un hombre con un saco a los lejos, pero al aproximarnos estos desaparecieron. Cuando llegamos al patíbulo tampoco había nadie, ni un alma, el sol había desaparecido y todo estaba cerrado. Volví los ojos a la ciudad y di gracias de corazón al pueblo por no aparecer, por ser misericordioso y no amargar más aún si se podía mi muerte. Al pronunciar mis palabras lloré de agradecimiento. Y por fin me senté en el fatídico banquillo, de pronto cubrieron mi cara, sentí mucha apertura en mi garganta y desperté. El cuello de la camisa me apretaba, no hice más que desabrochar el primer botón y volver a dormir.

Pesada pero increíble. Si quitamos las descripciones podría hacerte temblar. Si no fuese por lo largo que puede llegar a hacerse podríamos decir que la mejor o la segunda mejor historia del libro. Como un sueño puede llegar a hacerse tan real, dándote realmente escalofríos, y puede que a mucha gente esas descripciones le hiciesen meterse aún más en la historia, pero supongo que eso va en la persona, pero prefiero centrarme en lo bueno, o malo como lo veas, que te hace sentir la historia. Esa sensación de ligero terror que es lo que quieren transmitir los autores de este libro y que no todos consiguen, también por la época en la que vivimos, el terror no es el mismo. Antes no tenían nuestros conocimientos y era muy sencillo asustar a la gente, sin embargo, en nuestra época es mucho más complicado, o por lo menos no es el mismo tipo de terror, pero historias como esta no tienen época. La muerte nos asusta a todos, antes ahora y yo diría que siempre y nadie se ve capaz de afrontarla como lo hace el protagonista. Da miedo enfrentarse a la muerte, a que todo lo hecho, lo vivido, lo sentido, todo desaparezca... Cuando lo pienso me siento realmente mal, estoy tan bien viviendo... no quiero que esto acabe y todo el mundo dice que cuando pase no te enteraras, pero me asusta, y mucho, ojalá pudiésemos vivir eternamente...


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